lunes, 7 de septiembre de 2009

Un olor a azufre de color verde


Un día Dios cansado de tantas desvaríos en su vida, vida que había dejado atrás por estar pendiente de construir destinos a vidas peores que la suya, decidió darle excitación a lo que hasta entonces se conocía como humanidad, humanidad aburrida, que cualquier situación “fuera de lo normal” creaba noticia o chisme, ¿pero qué no podría ser anormal en una suciedad sin identidad? Por eso, “tomó cartas en el asunto”, comenzando con un cambio de nombre: “perversión”, así denominó a la nueva biblia a la que ahora se enfrentaba.


Su objetivo principal consistía en instruir a sus siervos para que implementaran el dolor, el rencor, la avaricia y la crueldad en sus deseos más placenteros, tanto como el sexo. Desde el momento de su decisión, Dios comenzó a crear su propia vida, una vida nueva que se saliera de esos parámetros torpes y sin gracia, que seguramente a más de uno tenía envenenado, estaba cansado de escuchar a personas llorando y rezándole para que sus destinos cambiaran, esa fue su iniciativa al cambio, cambio que sólo una mente proliferada de humo contaminado y atrofiada por ruidos sin ritmo podría imaginar. Por fin llegó la hecatombe, casi que no, muchos pensantes creen que durante el tiempo que se tardó el cambio, murieron más infiltrados de aburrición que de “zonas geológicamente inestables” y otros tantos tuvieron la felicidad de sucumbir en el “tostamiento” que les causaba imaginarse en la privilegiada posición de Dios, claro está, estos últimos por lo general, eran fotógrafos o catadores frustrados. Pero a ninguno de esos tostados se le pasó por la cabeza que Dios era escritor.


La suciedad comenzaban a despertar de una pesadilla colectiva, y “Vê Dep”, comenzaba a escribir su vida. Y como vida no es vida sin tener un juguete de por medio, él no se quedó atrás. Motivazzjoni, un figurante extraño, de esos que por su facha plástica nadie percibe ni en un lento caminar, busca con una mirada ajena a seres desgraciados para ponerle un toque de agitación a sus ingenuas vidas. Este particular personaje nació de la imaginación de su dueño, el dueño de todos los que habitaban su mundo verde. Motivazz con el pasar de las trochas se fue convirtiendo en la realidad para muchos entes que dejaban pasar su vida sucumbiéndose entre las costumbres y la perfección. En este mundo verde, sin fondo, sobreviviente de la imaginación caminaban las personas entre deseos de otros, pensamientos carnales que muchas veces se esfumaban como el humo, pero que inevitablemente alimentaban el entorno. Era un mundo precoz. Motivazzjoni era la representación exacta de ese infinito, un personaje que en sus pasos dejaba hormonas volando que se nutrían de sus oscuras tendencias. Mientras caminaba le inyectaba a sus vecinos energía clandestina que lo convertían en una realidad única basada en la obsesión.


Esa era su mayor cualidad: la capacidad de obsesionar a la gente por situaciones aparentemente sombrías. “Motivazz” no respetaba sexo, edad ni religión, sus víctimas siempre eran escogidas dependiendo de su estado de ánimo. Motivazzjoni era un pesante, calculador, olía a azufre cuando estaba excitado. Por lo general se vestía de verde para camuflarse entre el fondo, pocas personas lo veían, por eso él mismo planeaba el encuentro con sus venerados. A sus víctimas las ahogaba en situaciones que ellos mismo no les encontraban salida, muertes prematuras por deseos insatisfechos fueron sus mayores resultados. Mujeres, hombres, niños, niñas, musulmanes, islamistas, en fin, él no tenía preferencias, su único objetivo era divertirse, se fascinaba con la sangre y las lágrimas, con las rodillas y las muñecas de los brazos, lugares del cuerpo que sufrían más con su presencia. Siempre enamoraba a seres con los que disfrutaba horas de locura, de burbujas, de verde. Después se perdía entre la imaginación de ese ser a quien intervenía, dejándolo loco, mientras recordaba si había sido un sueño o una realidad intangible. La venganza se convirtió en símbolo de pasión y los sadomasoquistas fueron más felices. Mientras tanto Vê Dep reía y reía, él también disfrutaba de sentir, oler y ver el dolor.


Estaba maravillado con ese invento que estaba revolucionando su vida, que por fin le había puesto un tinte de color (verde) a su existencia nula que todos se acordaban de él pero que pocos lo tenían presente. Motivazzjoni también tenía miedo a desaparecer, aunque él inyectaba dosis fuertes de cianuro a sus víctimas, siempre tenía presente que la imaginación va fluyendo y que fácilmente Vê Dep podría aburrirse de esta historia y comenzar a escribir una nueva. Por eso, aprovechó sus instintos al máximo, haciendo sufrir a cuanto sujeto le dieran ganas, ese era su lema, “dejarse guiar por las ganas”. La razón desapareció por completo del vocabulario de las personas que habitaban ese mundo verde, cada quien se imaginaba su propio entorno. Así todos fueron un poco más felices mientras sufrían ya que el amador de ellos estaba descompuesto desde el momento en que se internaron en este mar de fantasía.


La rutina también desapareció, ya que el dolor no acostumbra a nadie, algunas veces es más fuerte y otras veces es tolerable, pero siempre termina enloqueciendo a alguien, y ese alguien en su locura comienza a ser un creativo de su propio invento, de su entorno. Verde y Motivazzjoni, duraron poco porque su creador en medio de tanta esquizofrenia estaba perdiendo la imaginación y se estaba convirtiendo en un dictador perfecto y la perfección lo aburría, Vê Dep cerró este capítulo y comenzó a escribir uno nuevo.

Caminar Céntrico


Son las 6:32 de la tarde, estoy de pie en una de las tantas calles del Centro de Medellín, aunque es hora pico, en el lugar donde me encuentro la bulla no llega directamente y los sonidos se distorsionan antes de invadir mis oídos. Mis pies comienzan a dar pasos y mientras más camino, todo se convierte en una unidad de sentidos que cuando llegan a mi cuerpo aceleran el tiempo. Una acera sobrepoblada me indica que estoy en contravía, mi movimiento se ve interrumpido entre las personas, hay constantes choques entre los hombros, pero se convierte en costumbre que ya ni incomodan porque así es el transitar en estas calles.


Estoy parada en la avenida La Playa en el centro comercial Coltejer, la cantidad de luces y sonidos hacen del lugar una fiesta que no respetan ni día, ni hora. Es Lunes, apenas comienza la semana y en la cara de las personas se refleja la cotidianidad de sus vidas. Desde aquí, donde estoy parada, puedo ver la alegría conjunta en las esquinas, aceras, en fin en todo lugar. Los casinos iluminan y se vuelven un lugar de distracción para quienes acaban de salir del trabajo o del estudio, estos establecimientos comienzan a ser parte del día a día de quienes paseamos en el Centro. Que cantidad de olores, por cada paso que doy, siento una combinación extravagante que despiertan mis sentidos, un olor a mango con limón y sal me hace sentir un deseo infinito por saborear ese olor que de inmediato me transporta a una larga infancia que no se ha querido ir y que constantemente me recuerda a esta niña que poco a poco se quiere salir de mi cuerpo.


Unos pasos más y el olor penetrante a berrinche, me instruye que camine más rápido para alejarlo de mí, de repente llego a la fritanga y el hambre despierta forasmente como si durante estos minutos se estuviera escondiendo de una manera forzada, y en menos de 30 segundos los sentidos ignoran el olor a orines que acaban de rechazar sin pensarlos dos veces. Así es el centro, tal vez así sea esta Ciudad, llena de contrastes, que no necesita largas cuadras para ver las diferencias, y que lastimosamente tiene memoria a corto plazo que olvida fácilmente lo malo y que ignora lo que no le sirve.

Día a medias


Ojos que se pierden en el atardecer, visión que se nubla a la hora exacta…Días sin horas, hora sin sombra, ¿Sombra?, cómo que sin sobra, sí ella es nuestra fiel acompañante, es quien camina al lado de nosotros sin molestarnos, es una luz callada que siempre está pero que no necesariamente la vemos, los otros tal vez sí…en fin…cuerpo cansado que ya no la extraña, porque sabe que a esta hora justamente ella descansa mientras nuestra vida nocturna comienza, un cuerpo cansado de la monotonía del día, que espera justamente a esta hora con todas las ansias pero teniendo muy presente que rápidamente será otra mañana. Una Ciudad que sin sol pierde el sentido del tiempo, si una mañana está nublada y el sol no aparece, creemos que son a penas las 8 am, pero mientras estamos encerrados en aulas u oficinas, el tiempo sigue corriendo hasta llegar nuevamente a las 6 de la tarde, de la noche o ¿De qué? A las seis comenzamos de nuevo, han pasado muchas horas desde que nos levantamos, pero a esta hora nuevamente nos despertamos para beber un derroche de libertad que siempre llega a esta hora, hora en que salimos a vivir.


El 6 es un número que está condenado al desprecio, pero realmente éste nos da la libertad que siempre añoramos. Un número con tapujos, mitos, un número con sentido contrario o no, tiene un significado más allá del numérico, un significado simbólico y atroz que nos lleva en ocasiones a sentir miedo. Paradójicamente falta 15 minutos para las seis, no de la mañana, de la tarde o de la noche, como quieran llamarlo, él siempre está abierto desprecios o afectos, ya que no puede hablar, por eso el seis es para cada quién como lo quiera ver o sentir. Satisfactoriamente las seis tiene varios recibimientos según el día: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo, como es hoy. Hoy hay silencio, escucho levemente el sonido de un televisor lejano que en ocasiones se le sube el volumen, lentamente mis ojos comienzan a ver diferentes, a veces siento que a esta hora pierdo un poco de visión ya que se me dificulta reconocer las cosas a medianas distancias, a esta hora todo es a medias, no es ni día, ni noche, no hay suficiente luz, pero tampoco hay una oscuridad completa, todavía no llega la fiesta, ni el trabajo, no es ni mañana, ni tarde.

El tiempo sin zapatos


El tiempo nos muestra caras que no queremos conocer, el tiempo oculta máscaras y llena vacíos con vicios, el tiempo camina sin zapatos y cuando menos pensamos nos damos cuenta de lo mucho que hemos recorrido sin dejar huellas. ¿Qúe tan importantes son los zapatos para el tiempo?, digo zapatos refiriéndome a ese sonido que hacen los zapatos cuando los llevamos puestos al caminar, sin embargo no me refiero a lo físico, si no a la interioridad que deja ese sonido en nuestras mentes, es como cuando alguien camina descalzo no nos damos cuenta de sus pasos, por eso nos asustamos al encontrarnos en medio del corredor de la casa a alguien por ejemplo, pues no lo percibíamos. En cambio, cuando alguien lleva tacones, botas, tenis, sandalias, sin importar el tipo de zapato, siempre hace sonidos, ese sonido nos despierta sentidos, el de percibir.

El tiempo muchas veces se convierte en un ser sin zapatos, a eso me refiero, muchas veces caminamos y no nos damos cuenta de que está, que sigue pasando y que sigue contando en nuestras vidas, es así como cuando alguien se va, cuando algo se esfuma, cuando una etapa termina que nos ponemos a pensar, en lo mucho que el tiempo marca, en las costumbres que nos dejó plasmado y que necesariamente hay que intentar dejar atrás. El tiempo no debería marcar costumbres, el tiempo debería caminar siempre con zapatos para darnos cuenta en el momento en que se los va a quitar para que el impacto de su pérdida no fuera como un frenesí sin sin sonrisa.

Pobre esta tierra


Me lamento todos los días al ver como progresa el mundo negativamente frente a lo natural, culpables de esta situación: nuestros malos hábitos. Somos seres diferentes, con oficios distintos, con metas cambiantes y rumbos heterogéneos. Pero la mayoría de nosotros tenemos un parecido nocivo, y es el mal gasto en exceso, contribuyendo al deterioro del planeta.


Qué lastima, tanto que este nos da y tan poco que le retribuimos, es inconcebible para la “madre tierra” que la utilicemos tan abusivamente ¿Hasta cuándo vamos a pensar en el limbo?, ese que no nos deja nada, en el que pintamos un mundo maravilloso, todo color de rosa. Qué equivocados estamos, porque finalmente vamos a perder la naturalidad, lo que nos parece deslumbrante pero que no cuidamos, esos espacios en los que hemos decidido construir y/o habitar quitándole su casa a la naturaleza. Esa a la que un día tanto vamos a necesitar.