sábado, 14 de febrero de 2009

Mirada íntima

¡Tan difícil ser gato! ¡Tan difícil ser negro! ¡Tan difícil ser ambas cosas! Para mi desgracia soy gato, negro y no tengo amo, soy lo que la gente quiera ver en mí; los supersticiosos creen que soy el Demonio; los indigentes no me quieren cerca porque creen que les voy a quitar la comida; y las prostitutas, ellas son mis mejores amigas, porque en su soledad lo comparten todo conmigo, algunas me han llevado a dormir a su casa para ahuyentar las ratas, mientras que otras dejan pasar los minutos acariciándome mientras se fuman un cigarro en sus cortos descansos.
Apenas comienza mi día o mi noche, no sé, está nublado, un sol discreto anuncia la llegada de una noche lluviosa y fría como es costumbre por estos días en la Ciudad. Esta tarde que apenas termina se despide con un poco de diluvio refrescando el ambiente sofocante que se respira en el Centro de Medellín. Espero ansioso el abrazo de la oscuridad quien viene como una sombra. Ella es con quien me fusiono, ¡Ah si no existiera la noche yo no sería nada! Mientras regresa me refugio en una de las tantas construcciones de esta Ciudad.
Me gusta este lugar, aquí en el Centro es fácil encontrar comida, hay tantas alcantarillas, construcciones y calles destapadas que dejan al descubierto las guaridas de las ratas. Como las alcantarillas son cada vez más sucias y los humanos las llenan de basuras, a mi alimento preferido le toca salir en busca de otras madrigueras y esto facilita mi trabajo de caza.
Esta Ciudad cambia cada vez más, hace varios años podía percibir infinidad de olores en un solo momento: fritanga, licor, drogas, sudor, indigencia, agitación; ahora solo huele a polución y asfalto. Lo que hace más difícil la búsqueda de otros alimentos diferentes a las ratas.
La evolución y el progreso de Medellín han truncado mi pasatiempo favorito, ahora son más escasos mis paseos por los tejados, pues cada vez los edificios son más altos y se convierten en verdaderos rascacielos.
Ya es hora de salir, llegó la noche, la oscuridad, por fin puedo contemplar la Ciudad desde su punto más extasiado. Camino entre la gente, muchas personas no me ven, y esa es mi gran habilidad, que soy tan ágil que puedo pasar sin ser percibido, igual creo que aquí todas las personas están en su cuento, algunos fumándose hasta los dedos, otros tomando unas cervecitas, algunas (mis preferidas) esperando que llegue cualquier man con ganas para poder ganarse unos pesitos, y yo un habitante no ciudadano de Medellín me la paso esperando una gatica o una ratica, cualquiera de las dos me sirve, a veces prefiero a la gatica, eso depende de cuánto tiempo pase con mis mejores amigas viendo lo que hacen, pero en estos momentos sólo voy en busca de comida, la verdadera, la que llena la panza y no el corazón.
Todavía es temprano, creo, la Ciudad está con mucho movimiento, algunos señores apenas están sacando su utilería para vender, los indigentes están sentados en cualquier acera pidiendo una moneda o un pan, las niñas de todos los días apenas están saliendo del colegio, los buses están en su mejor momentos, en el que más los utilizan, no sé quiénes se ponen más contentos, los dueños de los buses por toda la plata que les entra a esta hora o los propios buses porque reciben calor humanos todo el tiempo, aunque sinceramente a mí eso no me hace falta, me basta con el que me dan las “fufu” de vez en cuando.
Lo que me gusta a esta hora es que todavía puedo acariciar la ropa que cuelgan los vendedores entre canecas gigantes, me gusta el olor a no usado pero con mucho recorrido, ese olor que se dispersa un poso toda esa contaminación que acompaña a Medellín.
Por mi capacidad auditiva podría quedarme sordo con la combinación de ruidos que hay en este sector de la Ciudad, los pitos de los buses, taxis y carros particulares, los gritos de los vendedores ambulantes ofreciendo sus productos, los señores que por medio de micrófono avisan loterías y los eventos que van a llevar a cabo en dicho lugar, sin embargo hay un sonido que me ahuyenta de todos los anteriores. Me quedo concentrado en lo hermoso que toca el saxofón aquel señor moreno y con gran presencia que se ubica todos los días en la misma calle, no sé el nombre del lugar donde se sitúa pero su sonido siempre me lleva allí antes de ir a buscar mi presa. Me he dado cuenta que en todos los años que llevo aquí, es de los pocos humanos que no evado, creo que es porque su música me da confianza y paz en un sector donde esto es casi imposible encontrar.
Después de unos minutos continúo mi camino, me meto entre la poca naturaleza que sobrevive en esta metrópolis, uno que otro arbusto y ya, porque ahora los árboles están al mismo nivel de los rascacielos y me queda imposible montarme, procuro pasa por donde me gusta, siempre y cuando los humanos me lo permitan porque cada vez son más impacientes con nosotros los animales. Yo ya no le presto atención a las personas.
Un parque, siento el olor a hierba, escucho voces, hay muchas personas, el ambiente me transporta a un sueño, un descanso diferente que hace que me eleve, sólo pienso en comer, muchas veces comienzo a tener fantasías, corro detrás de ratas que nunca han estado, me vuelvo un espectáculo para las personas, escucho sus risas que alaban mi locura, con los días me he vuelto más sensible a los olores, sobre todo en este sector, “el Parque del Periodista”, así lo llama.
Mi recorrido siempre tiene un objetivo: encontrar mucha comida, algunos días lo logro, otros como hoy prefiero quedarme en el intento, oliendo y escuchando, aquí las personas no me molestan, sólo me aplauden, pocos gatos se atreven a venir a este lugar porque temen enamorarse de él. Yo ya lo hice y muchas de mis noches he preferido quedarme en el “Periodista”, corriendo detrás de sueños y esperando a que una ratica se aparezca y deje atraparse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario