lunes, 31 de agosto de 2009

Artista artificial, artista cotidiano


El mundo en general se ha convertido en una sociedad “inculta” (poco cultivadora del arte, refiriéndome a arte como lo que ejercemos diariamente, como comunicamos) donde este se malinterpreta intencionalmente por entes políticos o subversivos, que logran acaparar la libertad artística y que además se ha limitado a medir su desarrollo a partir de lo económico, es difícil lograr que los artistas (podemos ser todos) seamos valorados por lo que comunicamos, de hecho muchas veces se nos denomina como facilistas, sin embargo nuestro quehacer ayuda a trasformar los pensamientos, esas mentalidades contaminadas por lo bastardo que ha creado el hombre. Nuestra mano de obra debe crear libertad, trasmitir conocimiento y permitir diversidad.

Hay varios conceptos fundamentales que se deben utilizar para crear una rigurosa obra de arte: analizar, ir más allá de la percepción, organizar las ideas, interpretar, tomar decisiones de enfoque sin crear una delimitación de éste, dar sentido a las cosas; pero puedo decir que me parece el concepto más importante, no tener juicios morales, no dejarse llevar por lo que pienso o creo, ya que asimismo nos creamos una restricción, no sólo a nosotros, también a la sociedad que visualiza o escucha nuestras creaciones. Es así como muchas veces nos abstenemos de apreciar la diversidad, porque nos quedamos en la idea de belleza, la idea superficial que olvida la esencia, el mensaje y lo interior de una obra de arte.

Hay que ser racional artísticamente, no privar a los demás de ver el mundo desde otros puntos de vista, se trata de no cegar a los demás con nuestro único y “limitado” conocimiento, ya que nos podemos conocer todo. Se trata de expandir menten.

lunes, 17 de agosto de 2009

Un cantante entre las reces y cerdos

Pitos de carros, muchas personas hablando, palomas por doquier, lechugas, flores, camiones pequeños. He llegado, estoy en la Placita de Flórez. Si no fuera porque tiene un letrero grande donde dice su nombre, nunca hubiera imaginado que es ella, la confundiría con un colegio, sus paredes amarillas mostaza y verde me recuerdan a esos colegios tradicionales antes de entrar a la jornada, donde la gente se reúne a hablar fuera de las instalaciones haciendo trancones de personas y dificultando el ingreso a estos.

La entrada, que a la vez es un parqueadero, de la Placita me parece graciosa, hay más palomas que personas, parece como si estos tradicionales aves que nos encontramos todos los días en las mañanas, fueran los mayores clientes de este lugar, algunas están en el suelo picoteando las migas de verduras y buñuelo que se les caen a las personas que transitan por ahí y otras se encuentran amontonadas en los alambrados de luz como si esperan algo más digno.

Camino por sus pasillos laterales y los locales de flores, misceláneas, y verduras marcan la parada. Hay un olor que no me deja concentrar y adentrarme en el aroma relajante de las esencias florales, es ese olor a carne, a crudo, y claro, me encuentro con varias carnicerías en el camino, no entiendo porque todas se encuentran en el centro, es como si tuvieran en una sección exclusiva para las carnes, caminar por allí no es tan agradable a mi olfato y por supuesto a mi vista, los cerdos y las reces descueradas y ese tinte rojo que nada se parece al de la pasión me crea un poco de fastidio, me lo encuentro más de lo deseado.

Durante el recorrido de repente escucho una voz muy afinada, retrocedo y me guío por el sonido. Llego a la carnicería “Los Progresistas”, encuentro a Albeiro, quien mientras corta un brazuelo de res, entona un tango, a su alrededor hay tres personas que como yo quieren escuchar esa voz que tanto llama la atención y de nuevo me hago otra pregunta ¿Porqué Albeiro habrá decido ser carnicero y no cantante?, no quise preguntárselo, porque concluí que tal vez estas son sus dos pasiones y definitivamente este lugar es el escenario perfecto para desarrollar sus dos facetas.

Naturaleza de Cemento


No caminan, no escuchan, no sienten, no tienen afán, al contrario su vida es esperar, esperar a que alguien llegue, quiera atar sus zapatos y así acariciarlos con la suela o tan siquiera que un transeúnte se tropiece con ellos para poder tener algún tipo de contacto o cariño.

Los bolardos son seres que no tienen ser ni alma, ni siquiera piensan, su función: soportar cadenas que demarcan linderos entre la cera y los almacenes, van mostrando el camino a seguir, pero los de Carabobo ni su función cumplen, no hay cadenas que carguen ni hay camino fijo a seguir, ellos están ahí como un adorno que hace parte de nuestra naturaleza, esa que dejó de ser montañas y pastos por convertirse en almacenes de ropa o electrodomésticos.

Ellos son nuestros soldados occidentales, parecen rusos, así de quietos y serios, no saludan, no le dicen piropos a cualquier mujer que anda por ahí como acostumbran hacer nuestros celadores y soldados, muchas veces ni los percibimos, son de tamaño pequeño, pero su historia parece ser grande. Sus arrugas y falta de maquillaje en algunas partes de su cuerpo muestran que más de uno ha descargado su rabia con ellos y sus partes oxidadas representan la carga de estar durante años bajo sol y agua.

Su belleza geométrica, parecidos a huevos alargados verde militar hace parte de la modernización de Medellín, una generación hermana de las famosas pirámides de la Avenida Oriental. Ahora todo es de metal o cemento, hemos dejado atrás nuestro paisaje verdadero, los árboles y las plantas ya no tienen la libertad de crecer y crecer, ya no interactúan entre ellos mismos, siempre están cercados o delimitados por algún material extraño a ellos, impropio.

Las canecas y las casetas metálicas vienen de la misma familia, la material, fueron puestas para que la Ciudad se viera más ordenada, más limpia, pero hasta los grillos están confundidos, ¿Será que ellos creen al igual que nosotros, que eso es naturaleza, que es más bonito?, ni idea. Pero el grillo parado en la caneca parecía confundido tal vez no entendía porque la textura de donde se encontraba era diferente al del pasto, no entendía porque el reflejo del sol alumbraba tanto, no entendía porque sus patas comenzaban a quemarse. Las cosas han cambiado.

La cotidianidad de Medellín es cada vez más gris y no sólo por los fuertes aguaceros de los últimos meses ni por las nubes amenazantes de todos los días, tampoco por la contaminación que ya comienza a notarse, nuestra ciudad está gris de tanto “modernismo”, de esos que creen que la belleza está en la sobriedad, de esos que han olvidado que somos un país colorido, lleno de aves y contrates. El país de la papaya y la granadilla, de las frutas más exóticas y de los pocos que todavía tienen selvas. Medellín es una ciudad que quiere ser verde.

Pintando los colores, alterando la cotidianidad


Está claro que el concepto de muralismo ha cambiado mucho a través de los años, de la idealización de arte que trajo Pedro Nel Gómez en 1934 muy poco queda, el muralismo condicionado por lo que se cree es la estética, muy pocas personas lo ejercen y cuando lo hacen es en un lugar cubierto, en exposiciones, eventos o restaurantes, pero el muralismo callejero, el que pintan los artistas que no reciben nada a cambio no tiene límites, en cambio se desborda de acuerdo a la imaginación de cada uno, sin parámetros ni enfoques, sólo plasman lo que su interior quiera publicar. Es un arte con libertad, no tanta como ellos quisieran porque todavía, en pleno siglo 21 las personas creen que pintar en muros es vandalismo pero muchos artistas se han dedicado a mostrarle a la gente que no es un acto clandestino.

Camilo Monsalve se levanta a las 8:00 am para salir a pintar el muro de San Ignacio, en pleno Centro de la Ciudad. Acostumbra salir los domingos en las mañanas para que la gente deje de creer que el arte urbano es un acto vandálico, además porque ese día y a esa hora los transeúntes son pocos y los policías también, así que hay menos probabilidades de que interrumpan su hobby. Más que un pasatiempo, pintar muros se convirtió en una necesidad, se desahoga, se olvida de su cotidianidad. A las 9:00 de la mañana se encuentra con un amigo que lo acompaña a pintar, el muro está un poco rayado por otros artistas, pero todavía queda espacio para las pinceladas de Camilo y la Plaga.

El sector está casi solo, muy pocos transeúntes pasan de forma esporádica, Didier, un señor de 42 años que vive en la calle, se hace a un lado de Camilo y La Plaga, entre su hablado corrido transformado por el licor que tomó durante la noche anterior le agradece a los artistas que hayan llegado a adornar esa pared que según dice es de su casa. Didier está feliz porque tan siquiera ellos le están dando color a su vida.

No siempre pasa lo mismo, La Plaga cuenta que muchas veces, la gente les grita “desocupados”, “más desocupados ellos que esfuerzan su voz con un insulto”, dice entre risas La Plaga. Esta mañana nadie ha reprochado la manera de expresarse de estos artistas, las personas que pasan (diferente a Didier) han sido indiferentes con la obra de arte, ni insultos, ni policías y sólo un alago. Camilo ya está acostumbrado y prefiere que eso pase “de todas maneras esto queda aquí todos los días, entonces habrá muchos a quien les guste y otros a los que no, de todas maneras alteramos la cotidianidad de ellos”.

El silencio acompaña la pintada, la concentración de Camilo y La Plaga demuestra que para ellos pintar muros es como un retiro espiritual, no hay cervezas ni vino, en el suelo sólo hay pinturas, aerosoles y pinceles. Durante la tarde los transeúntes van aumentando, algunos curiosos se quedan observando por unos minutos mientras cada trazo deja un color en el camino, son las 3:00 pm y el sol comienza a dar paso a nubes grises y amenazantes truenos.

Va oscureciendo por la lluvia que se avecina y por la tarde que comienza a caer, Camilo y La Plaga durante las siete horas que pintaron, pocas veces hablaron ni siquiera percibían mi presencia ni la de la gente que pasaba. Didier se fue y se llevó el único alago que les hicieron durante la jornada. Camilo, La Plaga y yo nos vamos a coger Metro, cada uno se dirige a su casa a descansar después de una larga mañana y tarde.

Mano de Arte


La Capilla, un espacio de la Universidad Nacional de Medellín que está en la Facultad de Artes Plásticas, los mismo estudiantes la comparan con la Capilla Sixtina donde se le daba el espacio a grandes artistas como Miguel Ángel para que en sus pinceladas plasmara dibujos alusivos a la religión, sin embargo, la Capilla de la Universidad no tiene nada que ver con lo clérigo, al contrario, como Daniel Pérez (estudiante de Artes Plásticas de dicha Universidad) lo define “es un parche que nosotros mismo creamos, aquí antes no había nada, sólo una estructura ovalada, pero nosotros le metimos sabor, aquí nos parchamos todos los días y por ahí una vez por semana pintamos lo que queramos, para eso es este espacio”.

La Capilla es un lugar con una saturación artística que en vez de hastiar la vista nos adentra a un mundo surrealista e imaginario al que nunca se le agota el espacio para el arte: “cuando veamos que ya no queda ni
un centímetro sin pintar comenzamos con el suelo”, dice Juan Sebastián, compañero de Daniel.. Hace poco al lugar le agregaron música, una batería en reciclaje creada por canecas, palos y un poco de madera que ellos mismo crearon.